BARRANCAS DEL COBRE

 Ha sido un viaje largo pero ha valido la pena. Has llegado al corazón de la Sierra Tarahumara, en el suroeste del estado de Chihuahua, y te encuentras en la cima de las majestuosas Barrancas del Cobre, llamadas así por el tono cobrizo de sus paredes. Con una extensión de 59 mil 545 kilómetros, estas barrancas son más largas y profundas que las del Gran Cañón de Arizona. Sus impresionantes paredes resguardan leyendas, tradiciones y muchas sorpresas.

 

 

 

BARRANCAS DEL COBRE

 

Una de estas sorpresas te espera en la vibrante comunidad de los rarámuri o tarahumaras. Los indígenas han hecho de las barrancas su hogar durante siglos, y sus vidas se entrelazan con las montañas. Al vivir en esta región remota, han preservado su estilo de vida ancestral. Son famosos por su resistencia física en carreras de larga distancia, se les conoce por correr sin parar durante horas. Algunas de estas comunidades reciben fondos gubernamentales para construir caminos, restaurantes y hoteles, y están abiertas para recibir a los visitantes; otras prefieren vivir en áreas tan alejadas como sea posible de la vida urbana.

 

La aventura del tren que recorre las Barrancas del Cobre comienza en Chihuahua, la capital del estado, y termina en Los Mochis, en el estado vecino de Sinaloa. Atraviesa túneles y la grandiosa Sierra Madre. Pasaron 90 años antes de que el tren Chihuahua al Pacífico (o Chepe) pudiera ser completado. Inaugurada en 1961, la ruta tiene 628 kilómetros de longitud y cruza 39 puentes y 86 túneles. El viaje es sinuoso y largo, de unas 14 horas de duración, y ofrece vistas impresionantes. Los 64 vagones del tren están equipados con cómodos asientos, un comedor con servicio completo y comida rápida; un bar, aire acondicionado, calefacción y baños ecológicos.

 

La vasta y colorida biodiversidad que encontrarás en esta legendaria región de Chihuahua la vuelven el sitio ideal para los amantes de la naturaleza y los ecoturistas. Puedes practicar el senderismo en los bosques, acampar, avistar aves o simplemente admirar la contrastante vegetación a lo largo del camino. El clima varía dependiendo de la temporada del año, yendo de árido y desértico a tropical. Los tonos y las formas siempre cambiantes de la sierra parecen derretirse en el horizonte.

 

A sólo cinco horas por carretera de la ciudad de Chihuahua encontrarás muchas opciones de alojamiento, ya sea que desees quedarte en un hotel rural con todos los servicios o embarcarte en una aventura campista La mejor manera de explorar la región es tomar un tour. Entre las actividades populares se incluyen paseos a caballo a través de pueblos indígenas y visitas a lagos y cascadas. Una de las atracciones más tentadoras es la inspiradora Cascada de Basaseachi, en el Río Basaseachi, la segunda caída de agua más alta en México con unos 245 metros de altura. Para pasar un día al aire libre y vivencias culturales fascinantes, programa un tour a una comunidad indígena, donde aprenderás sobre sus costumbres.

 

Ven preparado, ya que el clima en las barrancas varía mucho; en las tierras altas las temperaturas son muy bajas, y mucho más elevadas a lo largo de las riveras y en la profundidad de los barrancos, sobre todo durante el verano. Empaca ropa para una variedad de climas extremos. Y lo más importante: ¡no olvides tu cámara!

 

La Semana Santa de los tarahumara

 

Si buscas una manera diferente de apreciar la conmemoración de la Semana Santa ven a Norogachi, en Chihuahua. Aquí las tribus tarahumara o “rarámuri” (los de los pies ligeros) como ellos se autonombran, a pesar de conservar intactas sus tradiciones por más de 400 años, durante la Semana Mayor realizan ritos que son resultado de un curioso sincretismo religioso único en el mundo.

SEMANA SANTA TARAHUMARA

 

A diferencia de otras celebraciones alrededor de la república mexicana, para el pueblo tarahumara la Semana Santa no representa la muerte y resurrección de Jesucristo, sino la eterna lucha entre el bien y el mal, lo llaman “nolirúache” (dando de vueltas) y marca una especie de año nuevo según su calendario agrícola, cuando al ritmo de danzas y tambores piden la llegada de la lluvia. Estas celebraciones se originaron tras la llegada de los primeros misioneros españoles a la sierra, quienes en un intento de evangelización mostraron a los rarámuri algunos pasajes evangélicos acerca de la Semana Mayor que fueron bien recibidas por los nativos.

La celebración inicia desde el Miércoles Santo, cuando comienzan a escucharse tambores y se encienden fogatas desde lo alto de los cerros. El Jueves Santo en distintos puntos del pueblo se colocan arcos hechos de ramas de pino que marcan el Vía Crucis. A ritmo de tambor y flauta un grupo de 30 “pintos” (fariseos) entran al atrio de la iglesia guiados por un abanderado. Este grupo toma su nombre de las manchas blancas que llevan por todo el cuerpo y cara y que se complementa con una cinta de color alrededor de la cabeza llamada “koyera”. Su indumentaria se compone de un calzón blanco, huaraches y una lanza de madera; algunos portan una especie de penacho hecho de plumas de guajolote. Éstos bailan durante tres días continuos por todo el pueblo, representan al mal y tienen por líder a Judas.

Por su parte, otra procesión sale de la iglesia. Los hombres cargan una imagen de Jesucristo y las mujeres una virgen vestida a la usanza indígena.

Ante la proliferación de grupos de “pintos” aparece a las afueras del atrio un grupo de soldados vestidos de túnica blanca que llevan consigo espadas de madera. Ellos representan el lado “bueno” y tratan de contrarrestar a los “pintos” quienes siguen bailando y alterando el orden. Ambos grupos siguen su danza hasta caer la noche, compiten entre sí ensordeciendo a los presentes y levantando grandes nubes de polvo.

El frío de la noche no impide que siga la fiesta que se alumbra con fogatas alrededor de las cuales se continúa toda la madrugada.

Al amanecer del Viernes Santo los grupos siguen bailando mientras los turistas y locales llenan la explanada. La misa dentro del templo recibe pocos feligreses debido a que la atención está puesta en las procesiones que se organizan en el pueblo. Al llegar la tarde la última procesión lleva la imagen del Santo Entierro (un cristo envuelto en una sábana atada a un tronco de árbol en la tradición rarámuri) que sale de la iglesia y es llevada al panteón acompañada por la multitud y los grupos de pintos que siguen su danza al ritmo de los tambores.

Algunos “pintos” elaboran muñecos de paja vestidos con pantalones de mezclilla, sombrero y botas a los que llamas Judas que son paseados entre bromas por las calles del pueblo para después ser quemados el Sábado Santo.

Mientras tanto en el atrio de la iglesia el cansancio hace mella entre los danzantes, algunos se retiran mientras otros se ayudan del “tesgüino” (cerveza de maíz), el “Orenday” y el tabaco para seguir hasta el sábado, cuando llegan los “pascoleros” un grupo que realiza un baile a ritmo de violín y aullidos de coyote.

Llegadas las 3 de la tarde del sábado los grupos vuelven a sus comunidades de origen en medio de un baile que no terminará sino hasta 4 o 5 días después bajo los efectos del tesgüino.

 

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